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Uno de los hermanos de mi fraternidad me dijo: «Vale, Feynman, no lo vas a hacer. Pero el profesor va a pensar que si no lo hiciste fue porque no querías trabajar.

Yo dije para mis adentros: «Apuesto a que si quisiera podría abrir los ojos, pero no quiero crear dificultades. Veamos hasta dónde llega esto».

Se me ocurrió una notion. «Tiene que ser algún tipo de cambio químico. ¿United states of america usted algún tipo especial de pigmentos que reaccionen químicamente?».

La hormiga tomó la bola con sus dos patas delanteras, la alzó del áfido, y la sostuvo en alto. ¡A esa escala, el mundo es tan distinto del nuestro, que se puede coger agua y sostenerla! Es probable que las hormigas tengan en sus patitas una sustancia grasa o untuosa que haga que no se rompa la superficie del agua cuando la sostienen.

outcomeó no ser así. Algunos años más tarde, otros investigadores, que sin duda lograron poner a punto una técnica para inducir y detectar mutaciones más rápidamente, descubrieron lo que verdaderamente pasaba: la primera mutación period una mutación en la que faltaba una foundation completa del ADN. En tal caso, el «código» quedaba desplazado y ya no era posible «leerlo». La segunda mutación consistía, bien en que se volvía a insertar una base excess, o bien en que quedaban eliminadas dos bases más.

Todo el mundo estaba sentado por allí, bromeando, introduciéndome muy gratamente en su mundo. Yo quería una botella de leche, por lo que fui al camarero de la barra, y moví los labios como para decir «leche», pero sin voz.

Alcé la mano y salté de mi asiento, gritando con todas mis fuerzas para asegurarme de que me oyera: « ¡YOOOOOOOO!».

Desde luego que me oyó, y perfectamente, porque no hubo ni un alma más que se ofreciera. Mi voz reverberó por todo el salón.

«No, pero por los anuncios saltaba a la vista que iban muy por delante. Nuestro proceso era francamente bueno, pero no 10ía sentido competir con un proceso americano como ése».

No hacía más que tratar de idear métodos para hacer más frecuentes las mutaciones de los fagos, y para detectar las mutaciones más rápidamente; pero antes de que pudiera lograr una técnica apropiada se acabó el verano, y no me despatchedí con ánimos de continuar en el problema.

También disfrutaba mucho observando insectos y otros bichos. A eso de los 13 años tenía yo un libro de insectos que decía que los caballitos del diablo son inofensivos, que no pican. En nuestro barrio era bien sabido que las «agujas de remendar», como nosotros los llamábamos, eran muy peligrosas cuando picaban.

Años más tarde, en Princeton, repetí la misma jugada conversando con una persona experimentada, un ayudante de Einstein, quien sin duda se pasaba el día trabajando en gravitación. Le propuse un problema: Sale uno disparado en un cohete, que porta a bordo un reloj. Hay otro reloj en tierra. La plan es que hemos de estar de vuelta cuando el reloj terrestre señale que ha transcurrido una hora. Ahora, queremos hacerlo de modo tal que cuando regresemos nuestro reloj haya adelantado lo más posible.

También me di cuenta de que cuando uno está a punto de dormirse las ideas continúan, pero van haciéndose menos lógicamente interconectadas. Uno no se da cuenta de que no tienen ilación lógica hasta que se pregunta a sí mismo «¿Qué me hizo pensar en eso?

El mago no me responde. Evidentemente, el otro estaba confabulado; pero lo que no lograba yo saber es cómo hacía el mago los otros trucos, como adivinar el check here color del libro. ¿Acaso escondía unos auriculares debajo del turbante?

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